Doctrinas

Un hombre se preguntó con absoluto respeto, porque alguien como yo podía tener el alineamiento político que tengo. Debo reconocer que me dio un pie fantástico para postear en un día como hoy.

Curiosamente, para algunos soy gorila y para otros Peronista, eso habla que a 53 años de la Fusiladora y a 34 años de la partida del General, todavía nadie tiene en claro el concepto de Peronismo. No puedo esperar menos si los que tenemos en el Gobierno se dicen Peronistas.

En mi caso no es por transmisión hereditaria. Mi padre no es militante, mi vieja es promilicos.
Con esa concepción, podría ser Bombita Rodríguez.

Pero he leído mucho. Muchísimo. Todos los pensamientos políticos del mundo. Gracias a ello, pude resolver con mucha conciencia de qué lado de la ideología quiero estar. Fue largo. En casa no se hablaba de historia política, se hablaba de la realidad. Los abuelos, tanto paternos o maternos, por distintos motivos, tampoco hablaban. Y no era para menos. Con el correr de los años, me enteré que mi abuelo paterno, Secretario del Gremio del Calzado, salió en septiembre de 1955 a defender lo que creía justo. Lo corrieron, como era de esperar, y el Policía que lo agarró era su vecino. Se salvo de milagro. Mi abuelo materno, fue militante de joven, se enrolo en la Policía Federal (creada por Perón en 1946) y se negó a participar de la represión de Taco Ralo. Seis meses en cana. En el ´73 y cuando ya había pedido el retiro, un grupo comando le cruzó el auto, lo ametrallaron y lo tireron barranca abajo a un arroyo. Se salvó, ni un disparo le dieron. Pero quedó con fractura de pelvis, un brazo a reconstruir en 36 cirujías y una cicatriz que surcaba su cabeza. Nunca me enteré que había sido peronista hasta aquel día del padre en el que falleció, cuando mi abuela me entregó una caja que decía mi nombre escrito por mi abuelo. Adentro estaban los libros de historia que tantas veces le robaba. Y dos cuadros. Uno de Perón, otro de Eva. Debo reconocer que grande fue mi sorpresa, porque yo ya tenía mi ideología.

Durante mi adolescencia me la pasaba leyendo sobre historia política, pero no tanto para saber, era una búsqueda. Lo que trataba de encontrar era por un sistema en el cual un pobre no reciba una dádiva sino una oportunidad real y fehaciente de progreso, la cual se concretara en trabajo, capacitación, acceso a una vivienda digna, vacaciones pagas y igual remuneración a tarea desempeñada. Donde el trabajador tuviera protección y no fuera solamente un factor de producción, sino lo que es, una persona.

Que todo aquel que no pudiera pagarse un médico, tuviera un hospital modelo en idénticas condiciones (o mejores en muchos casos) que los que sí podían pagarlos. Y que estuvieran al alcance de la mano de todos, construyéndolos en donde estaba la gente que también aportaba al Estado y no solamente en la Capital.

Que los hombres y mujeres no fueran iguales ante un empleador, sino todo lo contrario. Que la mujer, cuando fuera madre, tuviera la chance de poder ir a trabajar con sus hijos dejándolos en una guardería de lujo, y todo un programa de capacitación para que la mujer también fuera sustento del hogar no solamente limpiando casas, sino en cualquier labor que quisiera hacer.

Que el que no podía costear una educación como la gente para sus hijos, tuviera idénticas oportunidades que el que sí podía. Y criticar los manuales de primaria, en este caso, es como pedirle a un arquitecto que no ponga su nombre en la obra que diseñó y construyó. Un aparato educativo integral, en el que se crearon la inmensa mayoría de las Escuelas y Universidades Técnicas con las que al día de la fecha contamos, siendo todo parte de una política educativa-laboral mediante la cual se buscaba fomentar las profesiones que más hacían falta para el desarrollo del país.

Un país en el que la industria nacional realmente podía hacerle frente a la del resto del mundo, y no como ahora que es solamente para el que no puede comprar importado. Un Estado que veía que la mejor forma de competir era creando una infraestructura de transporte realmente federal y que no le cobrara al Estado por transportar sus propias mercaderías. Un Estado que propiciaba el crecimiento de determinados sectores productivos, pero no en detrimiento del resto, sino para ponderar todos los factores que hacen a una economía.

Principalmente, un Estado que entendía que los números de crecimiento de un país, son sólo números y no el reflejo de la realidad, unica fuente de verdad. Porque ¿De qué sirve tener las arcas del Banco Central llenas de Oro y utilizar los lingotes de pisapapeles si tenemos un país pobre, con un pueblo pobre y sin posibilidad de progreso para quien no la heredara? No sirve de nada.

Esto es lo que no entienden los que hoy se dicen ser Peronistas, los que fueron procesistas y menemistas cuando les tocó serlo. Esto es lo que no entienden los que cantan las consignas setentistas en una Plaza, viviendo en un mundo de fantasía, creyendo que Néstor es Perón y Cristina es Evita.

Me hubiera encantado vivir la década del ´40. Me hubiera encantado vivir los ´70. Pero no pude por razones lógicas. Entonces, no me invento un mundo imaginario creyendo que nos ataca el cipayo enemigo, la oligarquía, el capital y el mundo dividido en dos. Pasaron tantos años y su forma de decirse peronistas es atacar a enemigos que ya no existen, viéndolos donde no estas, paranoiqueando, infundiendo miedo.

Mi proyecto de un país mejor es aquel en el que todos tengamos las mismas posiblidades de evolucionar y que la única razón para no hacerlo sea la falta de voluntad, no de oportunidades. Donde el Estado sea amigo del pueblo y no el buen samaritano que le tira un cacho de pan cuando quiere. Donde los gobernantes sientan que le deben al pueblo lo que son y no exactamente al reves.

A todos aquellos que no piensen como yo, espero sepan disculpar esta apología.

Pero esto es lo que soy.