sábado, 2 de octubre de 2010

Juegos

La primera noche que dormís sólo en tu departamento, es bastante especial por todo lo que conlleva. No tenés un puto mueble, pero sí muchas cajas por doquier, la tele en el piso, una banqueta oficiando de mesa y el parquét como sofá gigante y multiuso.

No conocés a ningún vecino, pero la portera ya te aviso que sólo tres departamentos son ocupados por seres vivos menores de 50 años, por lo cual, también te recuerda los estrictos horarios de silencio, ese silencio que empieza a acentuarse a partir de las diez y, al llegar la medianoche, ese mismo silencio, aturde.

Es en ese cono sin ruidos en el que la mente se dispone a navegar por los rincones más extremos y a pasarlos en letras, sentado en el piso, en posiciones que te recuerdan lo poco que entendés a los que practican yoga como algo relajante. Y de pronto, ese bendito silencio, esa sublime ausencia de ruidos, ese maravilloso instante en el que disfrutás sentirte el único ser despierto en occidente, se ve interrumpido por un leve sonido humano. Un quejido, un lamento de placer.

Intentás no prestarle atención, no desconcentrarte. Pero esa intermitencia de suspiros en constante y pausado aumento, logra su cometido y no podés evitar pensar que alguien la está pasando mejor que vos. Y que no le interesa demasiado ocultárselo a ese universo de 40 departamentos.

Te genera curiosidad quién será, cuántos años tendrá, puede ser jóven, puede ser una señora activa. No, no crees que sea una señora mayor. Tratás de no imaginarte a un señora mayor para no terminar de estropear lo que te quedan de intenciones de conciliar el sueño. Si es que la fémina en cuestión, te lo permite.

Los suspiros se convierten en gemidos y éstos en gritos, mientras pensás que la cama de la señora o señorita, necesita de modo urgente un ajuste de tornillos. Al mismo tiempo, te das cuenta de las pelotudeces que puede pensar acerca del entorno, quien no se encuentra en esa batalla cuerpo a cuerpo. Y de pronto, el último grito. Conmovedor y espasmódico grito. Silencio. El silencio vuelve, aunque los ecos se transforman en fantasmas que quedan rebotando en tus oídos.

A la segunda noche, repetís la rutina de dispersión sin pensar en tu vecina carente de pudores y de sentido del sonido. Es entonces cuando, exactamente a las dos de la mañana, nuevamente empieza la sinfonía del placer ajeno. Reconocés que la curiosidad vuelve a surgirte, pero ya no desde el voyeurismo.

En el inicio del día, te cruzás con la encargada del edificio y, como quien no quiere la cosa, le empezás a preguntar por los vecinos, tratando de aparentar una sincera voluntad de conocer mejor quienes van a convivir con vos lo que dure el contrato de locación. Es así que te enterás que en el departamento del 3A, vive un señor que alguna vez fue Juez; que en el 5D, su ocupante sale sólo para ir a la misa de las 19,00 horas, todos los santos días del año del Señor. Y que en el departamento superior al tuyo, reside una jóven de 32 años. Sola. Y que no recibe visitas de nadie. Nunca.

Desde ese día, cada madrugada llegando las dos horas, pensás que hay gente que sabe pasarla bien a solas. Vos, escribiendo. Ella, jugando.




Hola de vuelta. ¿Queda alguien por ahí?