viernes, 26 de septiembre de 2008

Enseguida Vuelvo

Tiempos acelerados, estos que estamos viviendo. Entre el laburo, la facu y encima la familia.

Prometo volver enseguida y deleitarlos de aburrimiento, pero primero tengo que encontrar una solución a un problema.

Ustedes saben como viene la juventud de conflictiva y esto ya no es broma. Los chicos vienen muy rápido y ya no hay con qué darles.

Cuando consiga que me devuelva la compu, vuelvo.

Estos chicos...

viernes, 12 de septiembre de 2008

Hace tan poco

A mis 17 años vivía el día a día, pero con tantos proyectos como latidos por minuto. Veía el mundo de otra manera a como lo viví un par de años después, pero mucho más cercano a como lo percibo hoy día. Tenía unos ideales que a la distancia me dan miedo. Era capaz de llegar a morir por una causa. Todo tenía su justa medida si se comparaba con lo que uno creía.

Llegaba a no dormir por días, con tal de aprovechar al mango cada segundo. Sentía que la vida se me iba si me quedaba conteniendo la respiración. Todo era ya, mañana ya era tarde. Vivía ansioso por lo que iba a ser al segundo siguiente, y no me detenía a pensar en las consecuencias.

La conciencia la utilizaba para otras cosas, como soñar un futuro mejor para mi país. Y como sabía que a los jóvenes nadie le daba bola, me ponía insoportablemente insoportable con todo lo que me molestaba. Pero no desde la protesta pelotuda, nunca una sentada en medio de la calle para que me arreglen el inodoro del baño del colegio. Eso era perder el tiempo. Lo importante era modificar la realidad de mi entorno, para así sentir que mejoraban las cosas.

Los veranos no daban para irse de vacaciones, así que me ganaba el almuerzo y la temporada de pileta trabajando de junior en la Colonia de Vacaciones del Deportivo Español, en los grupos de chiquillos de 3 a 5 años. Practicaba hockey sobre patines a nivel competición nacional. Entrenaba 3 horas por día a la salida del colegio y a la mañana salía a correr 1 horita. Estudiaba música los sábados a la mañana y al mediodía ya estaba en el comedor de la Iglesia de mi barrio escuchando las historias de los abuelos que se quedaron solos. Ver la sonrisa de alguno de esos hombres, ya era paga suficiente, saber que uno le alegraba el día, era la mayor satisfacción. Rompía las pelotas yendo de puerta en puerta vendiendo los números de las rifas del comedor, me iba a empresas como Arcor a pedir colaboraciones en alimentos no perecederos, que siempre llegaban. La voluntad era todo.

Me metía en cuanto lugar para debatir hubiera, forme parte de la Organización de Jóvenes para las Naciones Unidas, leía cuanto libro tuviera a mi alcance. A mis 17 años, el más ignorante de mis compañeros sabía quien era Bioy Casares. Cortázar era más que un amigo, Borges no me resultaba tan gorila y Mareschal era un prócer.

Así y todo, no me perdí de nada. Salía de joda la mayoría de los días. Las fiestas de egresados tenían más gusto si íbamos de colados y sin conocer a nadie. La vida estaba ahí, para mí, y la había descubierto cuando pensaba que era efímera. La volatilidad del tiempo era mi peor enemigo y mis días, una carrera para ganarle a como de lugar.

A mis 17 años, creía que el mundo era mío, solo que nadie se había dado cuenta todavía. A mis 17 años, yo era el abogado de las causas perdidas, el promotor de lo que todavía no existía y el publicista de la verdad.

A mis 17 años, ya era padre emocional de mis propios padres. A mis 17 años, soñaba con casarme y tener una familia. A mis 17 años, ya tenía bien en claro que a mi hijo jamás le iba a hacer pasar por lo que yo pasaba. A mis 17 años, ya fantaseaba con ser político. A mis 17 años, no tenía nada y lo quería todo. A mis 17 años, sabía disfrutar la adolescencia como ese momento al que nunca se va a volver, ese instante en el que se es el próximo adulto con la violenta energía del último de los niños. A mis 17 años, éramos muchísimos los que vivíamos así. A mis 17 años, sabíamos tener 17 años.


Fue hace tan solo 9. Maldita adolescencia del siglo XXI. Me hacen sentir tan viejo.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Diez Años Después

Septiembre. Hace exactamente 10 años que tomé conciencia que la Argentina no termina en la General Paz y que de ser así, lo que queda entre esta avenida y el Río, no es la Argentina real. Con mis amigos de entonces, incentivados por el Colegio, viajamos al Noroeste Argentino. Más precisamente, a Jujuy.


Fue un viaje sin igual, todos jodiendo, propio de la edad, por primera vez sin los viejos y lejos de casa. Estabamos felices, sin tomar conciencia de adonde íbamos. San Salvador de Jujuy, fue una sorpresa. Pensamos en encontrarnos un rancherío y nos recibió una ciudad hermosa, con la gente más maravillosa que se pueda encontrar en la Argentina. Pero allí no finalizaba nuestro viaje. No había empezado siquiera.


Cruzar la Quebrada de Humahuaca, es de esas cosas que todos tendríamos que hacer antes de pasar a mejor vida. La Quiaca es una ciudad fantástica y el clima es impagable. Pero yo, que pensaba que era la gente más al norte de la Argentina, no había llegado a la verdad. Santa Catalina un pueblo detenido en el tiempo. Más al norte que La Quiaca, allá donde el Cielo es una sábana celeste y las nubes no existen. Allí empezó todo.


Desde Santa Catalina salíamos todos los días en dirección de alguna escuela, en la que nos esperaban los docentes y sus alumnos. Conocer escuelas que estan aisladas por el agua 5 meses al año es un fuerte. Saber que nosotros eramos los últimos que verían de afuera hasta febrero, nos angustiaba, pero para ellos era normal. A donde íbamos nosrecibían con una pelota de futbol. Los tubos de oxígeno eran nuestros mejores amigos.


La verdadera argentina salió se apareció ante mis ojos. Chicos de 15 años que tienen que salir a trabajar con sus padres, paseando por las provincias, de la cosecha del algodón, a la viña de San Luis, sin escalas. Chicas de 16 años que tenían que oficiar de madres de sus hermanos menores, ante la ausencia del padre y casi siempre, de la madre también, aunque esto se debiera más veces a la Vinchuca que al trabajo golondrina.


En Casira, conocí a Vilma. Una niña de 9 años que había pisado un colegio por primera vez ese año sin saber leer ni escribir su propio nombre. Empezó en primer grado. Al llegar septiembre, ya era la mejor de su Tercer Grado, con un nivel de cultura general que haría estragos en el Último Pasajero.


En esa misma escuela, los delegados municipales que siempre quieren quedar bien con la ajena, nos agasajaron en el comedor del colegio dejando a los chicos afuera. El plato principal era cabrito. Nos levantamos y nos fuimos sin comer. El cabrito lo es todo para los chicos de allí. Vilma me lo había explicado. Es su mascota, y su fuente de leche. Para ellos es una bendición contar con uno por familia. Para nosotros carnearon tres. Nos pareció tan grande la falta de tacto de estos idiotas, que salimos a jugar con los chicos.


Vilma casi no hablaba. Era una chica bastante reservada. Estuve toda la tarde con ella, preguntándole por su vida, sus sueños, sus espectativas. Su padre estaba en el Chaco, su madre había muerto. Todo lo que tenía era su hermana mayor, que trabajaba la mayor parte de la semana, por lo que ella vivía en el Colegio. Sus sueños: Quería estudiar veterinaria, trabajar lo suficiente para que su padre no tuviera que viajar más...y tener una Barbie. Estaba shockeado. Una niña de 9 años, con la alegría de vivir a flor de piel, me estaba enseñando lo importante de la vida y lo lejano que están ellos de las cosas que tendrían que ser derecho para un niño, pero acá no lo es. Esa misma noche quedé solo llorando en la cocina de la escuela.


Estuve dos días enteros con Vilma, charlando de la vida, y aprendiendo yo de ella. Cuando llegué a Buenos Aires, preparé una caja llena de peluches y una pareja de Barbie y Ken. La envié a nombre de Vilma. Al año, con la vuelta de los que viajaron después que nosotros, me llegó la misma caja. Pensé que no la habían podido entregar. Descepcionado la abrí al llegar a casa. Adentro estaba llena de artesanías, hechas por la hermana de Vilma y algunas por ella misma. Había una carta, escrita por ella, sin errores de ortografía, en la que me contaba que no podía creer las cosas que hacía por ella. Es increíble lo poco que alcanza para hacer feliz a un niño, y en el Gobierno reparten DVD a cambio de votos.


Vilma fue la abanderada desde entonces hasta que terminó la Secundaria. Porque pudo llegar. Hoy tiene 19 años. Lo último que supe de ella es que fue a trabajar a La Quiaca. No puede estudiar veterinaria. Aún. Yo se que algún día será la mejor veterinaria del mundo. Porque es lo que siente. Y ella siempre hizo lo que siente y siempre, siempre, fue la mejor.





El otro día, en el sincericidio, La Colo me preguntó qué cosas quisiera hacer a como de antes de morir. Poder sentarme a tomar un café con esa mujer tan grande como la misma Argentina, es una de ellas.




PD: Actualicé el Blog de García.