Siempre pensé que en mi vida no tuve suerte con las mascotas. Tuve muchas y todas con finales tristísimos, dado que no existe el final feliz cuando se quiere a algo o alguien.
Mi primer perro se llamaba Benji, y existía cuando yo nací, era tan copado que según me contaron, yo me apoyaba en él cuando mis primeros pasos. Un día de lluvia se escapó y no volvió más. Yo tenía 4 años el recuerdo es fuerte.
Tan fuerte como cuando llegó Blondie, un Cocker Spaniel de pelaje roano. Aún tengo en la cabeza la noche que escuché el timbre y mi mamá, cómplice de la sorpresa, me alentó a que abriera la puerta. Mi viejo la tenía a upa y yo no entendía nada. Veía una mano con dos orejas colgando. Fue amor inmediato. Imagínense, yo soy el mayor y a la hermana que me sigue le llevo 4 años, mi compañía era mi mascota. El nombre vino porque me la pasaba cantando "La Marea Sube" de Blondie.
Cuando nació mi hermano, Blondie se transformó en un dolor de cabeza para todos, ya que rompía todo lo que fuera del bebé. Mi abuelo se ofreció a llevársela. Gracias a Dios vivían a 10 cuadras y la veía todos los días.
Al tiempo vinieron los pekineses, que antes que todos se rían, debo aclarar que vivíamos en un departamento y me parece de negro y de poco considerado con el animal tener perros grandes en un lugar cerrado. Debo reconocer que como fui a elegir al primero, me llevé el que más lástima me dio, el que nadie quería. Ese fue mi gran amigo. Mi compañero en todo. Dormía conmigo, me lo llevaba a todos lados. Tengo miles de recuerdos de él.
Un día, mi viejo llama del trabajo para hablar con mi vieja y comentarle que fue a una veterinaria por cuestiones meramente laborales y vio un pekines de casi dos meses que al dueño que lo había llevado se le había caido por la escalera "accidentalmente", quedando ciego de un ojo y con la cadera que requeriría un tratamiento de por vida. Obviamente, el muy pelotudo encima lo devolvió. Si no conseguían quien se hiciera cargo de los tratamiento deberían de sacrificarlo (muchas veces me pregunto si los veterinarios no podrían hacer juramentos hipocráticos también) Al pasar una semana, el dueño no apareció. A la noche estaba en casa. Para quitarle drama al asunto, lo bautizamos Magoo.
En 1998, a Blondie, la Coker Spaniel, el veterinario le detecta un falso embarazo y la sometieron a una operación. La llevamos a casa, a nuestra casa. Murió a la medianoche, tenía 13 años. Pareciera como que hubiera elegido irse en el lugar donde creció.
Ese mismo año al primero de los pekineses, a MI perro, me lo robaron, se lo llevaron, desapareció. Varios vecinos vieron a una vieja llevarselo. Pero lo vieron desde sus departamentos y no dieron los tiempo a avisarnos. Debo aclarar que no eramos dejados con los animales. Teníamos un parque enorme y cerrado. Caminé cientas de cuadras a la redonda, no dormí buscándolo, publiqué en la revista del barrio. Nos dividíamos las zonas con los vecinos y mis viejos. No hubo caso. A los tres días tuve que partir a misionar a Jujuy. Fue un golpe bajo. Con él se me iba el mayor lazo que tenía con la infancia.
Magoo sintió la ausencia de quien fuera durante 5 años su compañero. A pesar de estar vacunado enfermó de moquillo. Noches en vela, viajes eternos a la veterinaria, aprendimos a dar inyecciones. Se salvó. Pero como si fuera un ser humano, estaba deprimido y al tiempo contrajo Parvovirus, una enfermedad mortal, fulminante para un perro, más de ese tamaño. Estuve desde las 8 de la mañana hasta las 21 horas en la veterinaria, sentado al lado de él, viendo como bajaban las bolsas de suero y como se seguía desangrando. Fueron 3 días así. Se salvó nuevamente.
Con el tiempo empezaron a agravarse aún más los problemas de su cadera, los cuales presionaban su médula espinal generándole convulsiones. No podía vivir ya sin medicaciones.
Pero él era feliz. Nos hacía fiesta a su ritmo. Disfrutaba de viajar, disfrutaba de dormir en la cama donde dormía su otrora compañero.
Hace dos días empezó con las convulsiones nuevamente y en una de ellas, se le salió la cadera de lugar. No hubo vuelta atrás y fue desesperante. En el día de ayer tuvimos que sacrificarlo.
Estoy triste.
Todo aquel que haya tenido perros de mascota sabe que son el refugio de todo, son quienes te esperan siempre, son los que nunca te van a abandonar, son los que se ponen felices al verte. Son los que te defienden aunque el cuerpo no les de. A ellos no les importa si la sociedad dice que sos lindo, feo, alto, bajo, gordo, flaco, ni nada por el estilo. Solo les importas vos.
Nunca pude concebir la idea del derecho de considerarlas cosas y por lo tanto el maltrato a ellas no son lesiones, sino daño. Matar un perro no es un perricidio, es un daño, si tiene dueño. La ley Sarmiento se la pasan por el orto desde arriba hasta abajo. El nombre la maldice.
Estoy muy triste.
Con él se fue el único lazo que me quedaba con una infancia feliz y una familia unida. Con el se terminó de ir mi niñez.
